Escribir no es solo para genios: historias reales de autores autodidactas
Que para escribir tienes que haber estudiado Letras; Que si necesitas un máster en narrativa; Que si sin un mentor no eres nadie; Que si no leíste a Proust a los 12, ya vas tarde.
MENTIRA con mayúsculas, negritas y subrayado. Y parece que una mentira muy conveniente para algunos. Existe una infinidad de ejemplos de autores que aprendieron a escribir por las suyas, a base de errores, reescrituras, frustración y ganas. Y luego vendieron libros como churros. Sigue sucediendo.
No nacieron tocados por una varita mágica, ni les cayó un editor del cielo. Lo que les cayó fue una historia, una idea, una necesidad brutal de contar algo. Y listo, se sentaron a escribir, sin permisos ni diplomas ni autorizaciones celestiales.
Estos son algunos de los autores autodidactas que demostraron que escribir no es solo para iluminados. Es para el que no se rinde.
Empecemos con Charles Bukowski. Trabajó de cartero, bebedor profesional y perdedor oficial antes de publicar su primer libro. Nunca pisó una escuela de escritura. Su formación, según su propio testimonio, fue la calle, las resacas y los bares de cuarta. Lo que escribió olía a verdad. Y la gente lo leyó porque necesitaba leer algo que no sonara a excusa.
Otro que se hizo a sí mismo fue Jack London. Apenas estudió. Aprendió leyendo como un poseso y escribiendo como otro. Hizo de todo: fue buscador de oro, marino, vagabundo… y luego se puso a contar sus aventuras. Si lo hubiera esperado todo de una academia, seguiría buscando pepitas de oro en California.
Agatha Christie, sí, la reina del crimen, también fue autodidacta. No fue a ninguna universidad ni estudió literatura. Era farmacéutica, lo que le vino de perlas para saber cómo envenenar a sus personajes. Se lanzó a escribir por puro aburrimiento y acabó inventando un estilo que aún se copia.
Stephen King, aunque estudió en la universidad, aprendió a escribir escribiendo. Así lo cuenta él mismo. Envió cuentos a revistas desde adolescente, recibió más rechazos que pizzas frías, y aun así siguió insistiendo. Se hizo maestro porque nunca dejó de ser aprendiz. Su verdadera escuela no fue la universidad, sino el rechazo constante de las editoriales. Cada “no” le enseñó algo. Y la repetición diaria —escribir, corregir, volver a intentar— fue lo que lo convirtió en escritor.
Y si nos vamos a algo más cercano, tenemos a muchos escritores indie que han vendido miles de libros sin pasar por ninguna editorial grande, sin estudios literarios, sin “caché”. Gente que aprendió con tutoriales, leyendo libros sobre escritura y sobre todo… escribiendo, corrigiendo, publicando, fracasando. Volviendo a intentar.
Porque de eso va esto: de repetir, de fallar, de escribir lo que tengas dentro y seguir hasta que un día encuentras el equilibrio. La industria te dirá que es muy difícil, y tus amigos, que necesitas un padrino. Y sí, puede que sea más fácil si conoces a alguien, pero muchos de estos no conocían ni a su sombra. Lo único que conocían bien era la historia que tenían para contar. Y eso fue suficiente.
Así que no te líes. Si no tienes estudios, pues no los tienes. Menos que desaprender. Si no sabes nada de técnica, ya aprenderás. Pero si tienes algo que contar y te estás callando porque “no sabes escribir bien”, estás cometiendo un crimen. El crimen de matar una historia antes de nacer.
Al final de cuentas, escribir es como boxear: no hace falta que vengas del gimnasio más elegante si no sabes recibir golpes y devolverlos con arte.