Siempre me gustó plantar. No sé si fue por genética, por nostalgia o porque hay algo en la tierra que simplemente me llama. Lo cierto es que, a pesar de que mi día a día está lleno de pantallas, estrategias digitales y libros, parte de mi tiempo libre lo dedico a algo que, en apariencia, no tiene nada que ver: mi huerto en casa.
Digo «en apariencia» porque, si lo piensas bien, escribir un libro y cultivar un huerto tienen mucho en común. En ambos casos empiezas con una idea —una semilla—, le das forma, la cuidas, la riegas con paciencia, y después de mucho trabajo (y más de un error en el camino), llega el momento de la cosecha.
Lo curioso es que mi relación con los huertos no comenzó por casualidad. Crecí viendo a mi abuela cuidar su pequeño huerto en el fondo de casa. Para mí, ese pedazo de tierra era un mundo mágico. Pasaba horas jugando allí, escuchando sus consejos sobre cuándo sembrar, cómo regar y qué hacer cuando las plantas parecían rendirse. No lo sabía en ese momento, pero todo lo que aprendí de ella estaba sembrando algo en mí.
Años después, cuando la vida me llevó por otros caminos, el ritmo frenético del trabajo y la rutina me alejaron de esa conexión con la naturaleza. Pero un día, sin pensarlo demasiado, compré unas macetas, unas semillas y volví a empezar. Primero fueron unas hierbas aromáticas en la cocina. Luego, unas calabazas. Después, tomates. Y cuando quise darme cuenta, mi balcón se había transformado en un pequeño oasis verde que no solo me daba alimento, sino también una sensación de calma que pocas cosas logran.
Fue entonces cuando pensé: ¿Por qué no compartir esto? Si tantas personas creen que necesitan un gran terreno para cultivar su propia comida, o que es demasiado difícil, o que no tienen tiempo… ¿por qué no contar mi experiencia y demostrarles que sí es posible? Así nació la idea de escribir mi libro sobre huertos urbanos.
Lo escribí con la misma filosofía con la que cuido mis plantas: sin complicaciones, con consejos prácticos y directos, y sobre todo, con la intención de que cualquiera pueda empezar sin miedo. Porque tener un huerto en casa no es solo cuestión de alimento; es una forma de reconectar con lo esencial, de encontrar un espacio de paz en medio del caos diario.
Hoy, sigo combinando mi trabajo en Ciberautores.com con esta pasión por la tierra. Y cada vez que corto unas hojas de albahaca para la pasta, que recojo un puñado de tomates cherry o que regalo una mermelada, entiendo por qué esto vale la pena. Porque cada planta que crece es un recordatorio de que las cosas más valiosas de la vida no se compran, se cultivan. 🌱
P.D. Si alguna vez has pensado en tener tu propio huerto pero crees que no tienes espacio, tiempo o conocimientos… mi libro puede ayudarte a empezar. No necesitas más que ganas y un poco de tierra. Lo demás, lo aprendes en el camino.