Querido escritor, querida escritora:
Te escribo en uno de esos días raros del año en los que todo parece detenerse un poco. Las calles, luego de tanto bullicio, bajan el ritmo, las casas se llenan de luces que no alumbran, pero acompañan, y el calendario —por primera vez en meses— deja de empujar como un bellaco.
Navidad tiene esa extraña «habilidad» de hacernos mirar hacia atrás aunque no lo pidamos o queramos. Y cuando uno se dedica a escribir, esa mirada suele venir cargada de preguntas nada cómodas. Quizá este año no fue como esperabas, quizá tu libro avanzó menos de lo que prometiste en enero. Quizá sigue ahí, a medio hacer, a medio crecer, esperando un momento que nunca termina de llegar.
Si es así, quiero decirte algo con calma y sin reproches: la vida son ciclos. Estás viviendo. Y escribir —aunque a veces se nos olvide— ocurre dentro de la vida real, no fuera de ella. Escribir mientras se trabaja, se cría, se acompaña, se cuida, se duda… eso no es poca cosa. Eso es escribir de verdad.
Hay momentos del año en los que la prioridad no es producir, sino estar. Tan solo estar. Mirar a los tuyos, compartir una mesa, sostener una conversación sin prisas. Volver a tener una sobremesa, como la teníamos cuando éramos pequeños. Y no, eso no te aleja de tu libro: lo nutre.
Tal vez nadie te lo dijo, pero el simple hecho de que tu libro siga rondándote la cabeza, incluso ahora, incluso en Navidad, significa que sigue vivo. Y los libros vivos no se abandonan: se posponen, se discuten, se temen… pero no se mueren tan fácil.
En estas fechas solemos hablar de cierres, balances, listas cumplidas, errores cometidos y promesas pendientes. Para mí, personalmente, ha sido uno de los años más difíciles (y no hablo de vender libros). Pero los procesos creativos no entienden de eso como tampoco de fuegos artificiales ni de brindis alrededor de una mesa. Un libro no termina cuando el año acaba, ni siquiera cuando acaba una etapa. Un libro termina cuando tú lo decides. Y termina de dos maneras: publicado o en un cajón.
Y a veces esa decisión no es escribir cien páginas, es algo mucho más pequeño y mucho más valiente: volver a mirarlo y continuar donde lo dejaste. Abrir el archivo, leer un párrafo y recordar por qué empezaste. Aquello de que «el camino es la recompensa» que dicen que dijo un maestro uruguayo, pero lo deben haber dicho miles antes que él.
Si hay un regalo que puedes hacerte en estas fechas, no viene envuelto ni se comparte en redes. Es este: dejar de tratar tu libro como una deuda impagable, dejar de tratarte a ti mismo como un moroso y empezar a tratar a tu libro como una promesa posible.
No perfecta. No inmediata. Pero posible.
La pausa está bien y está justificada. La familia, los afectos y el descanso mental y físico están por encima de cualquier proyecto.
Ojalá el próximo año no te descubras diciéndote “otra vez no lo hice”. Ojalá te encuentre avanzando despacio, sí, con dudas, también, pero en movimiento. Y si no, aquí estaremos. Porque escribir no va de llegar primero, sino de no rendirse nunca.
Gracias por acompañarme en este proyecto tan loco de querer publicarnos sin depender de tipos con corbata.
Felices fiestas.













