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Puedes publicar sin depender del empleado de una editorial

Voy a contarte una historia que sucedió hace más de 25 años, cuando aún creíamos que escribir un buen libro nos colocaría en la cúspide del éxito. Uno de esos momentos en los que te imaginas a ti mismo firmando ejemplares, con una cola de gente esperando tu autógrafo, como si fueras la reencarnación de García Márquez o Eduardo Galeano. ¡Y saliendo en la TV!

Qué iluso.

Mediaban los años noventa, internet se pagaba por minutos, Movistar era Infovía, la tarifa plana era una ilusión y Pepe Navarro triunfaba con “Esta noche cruzamos el Mississippi”. Yo vivía en un pequeño pueblo de Catalunya donde si no fui el primero en tener internet, estuve en el top five. Tuve un fax térmico “Canon”, antes que el ayuntamiento. Era algo mágico en aquella época y caro, muy caro. Había ido un par de veces a la Feria del Libro de Barcelona y me dije, aquí quiero estar yo firmando ejemplares. Pero no vivía en Barcelona, todo era más lento por aquellos años.

Resulta que, tras meses de escribir, revisar y editar, finalmente tuve en mis manos el borrador de mi primera «obra». Un libro que, según yo, iba a cambiar la vida de miles de personas. Me faltaba encontrar una editorial. Fácil, pensé, solo tengo que enviar mi manuscrito a unas cuantas, y en una semana estaré negociando el adelanto.

Hice mi tarea, preparé un correo muy bonito, con una carta de presentación donde explicaba que mi libro era lo mejor desde la invención del pan. Si hacía falta iría todas las semanas a la “gran ciudad” en mi Ford Escort diesel rojo año 88 o en el bus de Autocars Plana. Y así, lo envié a todas las editoriales que encontré y a alguna más. Muchas de ellas ni siquiera eran españolas y su dirección la había encontrado en el buscador de moda: Altavista. Google aún no existía. Si había un tipo que le tenía fe a internet, ese era yo. Luego me senté a esperar mirando la gran montaña que ocupaba gran parte de la ventana del comedor.

Una semana, dos semanas, un mes. Ni una respuesta. Ni siquiera un “gracias, pero no gracias”. Era como si mi carta hubiera caído en un agujero negro. Pasó tanto tiempo que hasta me olvidé de ello, resignado a pensar que quizás mi libro no era tan bueno como pensaba.

Un día, meses después, recibí un correo inesperado. Y el correo no fue un email… llegó en la furgoneta de Esteban, “el Esteban del correo”. Era de una editorial, una de esas pequeñas que nadie conoce. Decía algo así como: 

“Nos interesa su manuscrito, pero para publicarlo, necesitamos que cubra ciertos costos iniciales”

Mis ojos se iluminaron, al fin una oportunidad. Pero en cuanto leí la palabra “costos”, algo en mí se enfrió. La realidad me golpeó. Querían que pagara para que mi libro viera la luz. ¡La madre que los parió!

Ahí estaba yo, en la disyuntiva. Podía pagar, ver mi libro en papel, y cumplir ese sueño juvenil. O podía aceptar que tal vez no era el momento. Decidí no pagar, porque entendí algo importante: si voy a invertir mi dinero en algo, mejor que sea en aprender a vender lo que escribo, en lugar de comprar un sueño ofrecido por el empleado, de un empleado del empleado del editor en jefe de una editorial.

Esa decisión me llevó a otro camino, uno donde descubrí que el verdadero negocio no estaba en rogar a un mandadero que ganaba menos que yo sirviendo cafés. Al fin de cuentas no basta con ser un buen escritor, tienes que ser un vendedor astuto, un maldito estratega. Y bueno, me sentí obligado. Un aspirante a becario con faltas de ortografía me terminó de convencer.

La historia es larga, pero este fue el comienzo de una gran idea que luego se convirtió, ya a unos cuantos miles de kilómetros de España y en otro continente, en ciberautores.com.

Pero eso, eso te lo cuento otro día…

Javier Carbaial

P.D. Al final, nunca pagué por publicar ese libro. Pero aprendí a vender otros. Y créeme, la satisfacción de vender algo que hiciste tú mismo, y quedarte con la mayor parte de los ingresos que te pertenecen, es incomparable.

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Sobre el Autor
Javier Carbaial
Javier Carbajal

Director de Ciberautores.Com.

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