Libros electrónicos y e-readers: la historia que empezó mucho antes del Kindle
Recuerdo allá por el año 2000, cuando los primeros lectores electrónicos comenzaban a aparecer como pequeñas promesas del futuro. Eran tiempos donde tener un libro digital sonaba más a ciencia ficción que a una posibilidad real. Y sin embargo, ahí estaban. Ciberautores.com comenzaba y la idea de un lector electrónico portátil sonaba a gloria.
El Rocket eBook, por ejemplo, salió en 1998. Pesado, con pantalla LCD, capacidad limitada y un precio que hacía sudar la billetera. Pero qué quieres que te diga… tenía algo de magia. Era como si llevaras una biblioteca en la mochila, aunque en realidad solo entraban diez libros.
Poco después apareció el SoftBook Reader, otro intento pionero. Más grande, con tapa de cuero y una pantalla táctil que te hacía sentir importante. Tenía incluso módem interno para bajar libros, como si fuera el Netflix de la lectura… pero en versión lenta y carísima. Pesaba más de un kilo y costaba casi 600 dólares. No fue un éxito, el mercado seguía sin estar preparado para el paso. Sabíamos que el momento llegaría, el tema era cuándo.
Ambas licencias fueron compradas por Gemstar, que intentó relanzarlos con nuevos nombres: REB 1100 y REB 1200 bajo la famosa marca RCA. Es allí donde entra un actor importante: Barnes & Noble. Sí, la supercadena de librerías de Estados Unidos, que apostaron fuerte al formato digital antes que Amazon siquiera soñara con su Kindle. Pero no era el momento. El contenido era escaso, la tecnología aún tosca, y los lectores, sinceramente, no estaban listos para dejar el papel.
Y seguíamos esperando.
Y entonces, en 2004, llegó Sony con un planteo totalmente distinto: el Sony Librié, uno de los primeros en usar tinta electrónica (e-ink). No era solo un avance técnico, era una experiencia de lectura mucho más cercana al papel.
El Librie fue seguido por el Sony Reader PRS-500 en 2006, que ya ofrecía mejor diseño, mejor visibilidad y una tienda propia de libros. Pero Sony tenía un problema: nunca terminó de abrirse al mundo. Usaba formatos propietarios, tenía software poco amigable y —como tantas veces en su historia— le costaba escuchar al usuario (and you know it!).
Sony fue un pionero silencioso. Mientras todos miraban a Amazon, ellos desarrollaban productos cada vez más avanzados, pero sin la fuerza comercial necesaria para quedarse con el mercado. Aun así, fueron fundamentales: popularizaron la tinta electrónica antes que nadie, y sentaron las bases de lo que después Kindle y Kobo perfeccionaron.
Años más tarde, en 2009, Barnes & Noble volvería con un nuevo intento: el Nook. Esta vez mejor equipado, con pantalla de tinta electrónica, más liviano y con catálogo propio. Pero para entonces, el Kindle ya se había comido medio mercado. La batalla era cuesta arriba, y aunque el Nook tuvo cierta repercusión, nunca logró destronar al gigante de Amazon.
Y sin embargo, gracias a todos esos fracasos —a esos lectores pesados, lentos, caros y adelantados a su tiempo— hoy, en 2025, disfrutamos de dispositivos que realmente parecen mágicos. Livianos, resistentes al agua, con pantallas que imitan el papel, baterías que duran semanas y bibliotecas enteras al alcance de un clic.
Hoy los tenemos con pantalla a color, tinta electrónica, ligereza, resistencia, compatibilidad con ePub, y hasta posibilidad de tomar notas con lápiz. Es como si los fantasmas del Rocket, el SoftBook y el primer Nook se hubieran juntado en una esquina y dijeran: “Al fin lo logramos”.
Así que sí, la tecnología avanza. Pero siempre, siempre, caminamos sobre los hombros de quienes se animaron a fracasar primero.
Pero lo más importante no son los datos técnicos, eso lo puedes mirar en cualquier tienda. Lo que importa es si te cambia la forma de leer, si te hace querer agarrarlo nada más te levantas por la mañana o justo antes de dormir. Si te hace leer más, mejor y con más ganas. Y créeme, algunos lo consiguen.