El domingazo del escritor o por qué tus domingos son tan diferentes

El domingazo del escritor o por qué tus domingos son tan diferentes

El domingo de un escritor no es un domingo cualquiera, «ni ahí». Es un día cargado de emociones y de ese torbellino tormentoso que puede parecer una montaña rusa que va recorriendo a gran velocidad momentos de creatividad y estancamiento. Porque, a pesar de ser un día que muchos usan para descansar, para relajarse y resetear, para un escritor es, en ocasiones, una extensión del caos de la semana ¡o a veces peor!

 

La mente del escritor no descansa. Ni feriados, ni domingos ni el Día de la Independencia de San Marino. Un domingo para un escritor no es un domingo cualquiera, ni de coña («ni de joda»). Y si tú no escribes, no lo entiendes. No puedes. Ni aunque te esfuerces.

Porque mientras medio planeta se debate en si llamar a Glovo por sushi, pizza, hacerle caso a la abuela, pedirte que enciendas la parrilla o ir al cine, el escritor está atrapado en su propia cabeza. No en la parte bonita, no, en esa parte donde se mezclan ideas geniales con la frustración más asquerosa. Esa que te susurra que lo que escribiste ayer no sirve y que de manera urgente hay que hacerle unos retoques.

Pero no puedes. Porque estás metido en eso que no entienden ni tu madre, ni tu pareja, ni el cuñado que dice que deberías buscarte un trabajo “de verdad” y dejarte de pensar tanto. Especialmente en domingo.

“Es domingo, descansa”, te dicen. Y tú piensas: “¿Descansar de qué, si mi cabeza no me deja vivir ni cuando duermo?”

Te levantas temprano, te sirves un café, y mientras otros ven cómo Verstappen gana otro Gran Premio y la abuela amasa los tallarines, tú estás viendo cómo se te escapan las palabras nocturnas por la rendija del teclado. O peor, cómo te visitan todas a la vez, como si se hubieran puesto de acuerdo para joderte el fin de semana a ti y a toda tu familia.

Y tú ahí, con cara de idiota, tratando de cazar una buena idea en medio del barullo. ¡Papá! ¡Papá! ¡Pepito se comió todas las papitas! ¡Amor! ¿No ves que los nenes se están peleando? ¡Con la pelota, afuera! ¡Dejen el jarrón de la abuela!

El entorno. Tus seres queridos. Ese entorno que te quiere, sí, pero que no tiene ni puta idea de qué es esto. Te preguntan si vas a poner la mesa ya que por la hora que es, olvidaste la parrilla. Como si estuvieras decidiendo entre ir o no a pilates o seguir rascándote el cerebelo. Y tú no sabes cómo decir que no puedes, que estás metido hasta el cuello en algo que no se ve, pero que lo pierdes si lo abandonas.

Claro, luego llega el momento mágico. Esa frase que encaja. Ese párrafo que te hace sentir que no estás tan perdido. Y te da un subidón. Corto, sí, pero subidón. Y cuando llega, escuchas que alguien importante entra a la habitación y te suelta: “¿Todavía estás con eso?» En 15 minutos salimos para el shopping y tú… ¿aún estás sin vestirte?

¿Eh? ¿El shopping? ¿Hoy? ¿Ahora?

Y te dan ganas de gritar. De explicar. De decir que esto no es un hobby, que no es terapia, que en realidad no estás jugando y que justo la idea cayó en domingo. Pero no dices nada porque el sicólogo ya te explicó cuales son las prioridades.

Te callas y obedeces. Pos al shopping.

Porque ya lo has intentado y no ha servido. Porque a veces duele más explicar que callar. Así que sí, los domingos de un escritor son un campo de batalla. Y acabas en el shopping, obviamente.

Pero aún así, esos domingos siguen sucediendo. Porque aunque te frustre, aunque te jodan las interrupciones y aunque el mundo piense que estás perdiendo el tiempo… no sabes vivir de otra manera. Y la familia es la familia.

Javier Carbaial

P.D. Si has leído hasta aquí y te sientes identificado, no estás solo. Si no te sientes identificado, no pasa nada. Este texto no era para ti. Lo tuyo es el shopping.

P.D. Si estás leyendo esto y eres escritor, no te rindas. Cada palabra que escribas, aunque parezca no tener sentido ahora, es un paso más hacia el lugar al que quieres llegar. Y aunque el domingo parezca un día de descanso para otros que no logran entenderte, para ti es un día más de crecimiento.

Si tienes alguna duda, pregúntameESTOY. No hay preguntas tontas cuando lo que quieres es avanzar. Estoy aquí para echarte un cable, no para que te vayas con la cabeza hecha un lío. Así que mejor preguntar que quedarse con la espinita clavada pensando “ya lo buscaré después”... porque ese “después” suele ser nunca. Preguntar es gratis. Quedarte con la duda… eso sí que sale caro.

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Javier Carbajal

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