¿Alguna vez has escuchado que escribir no es como producir hot-dogs? Pues claro que no lo es, pero hay días en los que te pones a teclear, estás motivado y parece que estás en una fábrica de salchichas, sacando ideas y palabras como churros, sin parar. Sí, sí, de acuerdo, lo que escribes no va a llegar a finalista del premio Planeta. Pero…
El tema de la cantidad frente a la calidad en la escritura es un debate tan viejo como el tiempo. Algunos se aferran a la idea romántica de que el arte no se mide en números, que cada obra debe ser única, especial y cuidadosamente elaborada, como si fuera una joya de la corona.
Y sí, eso está muy bien si eres Cervantes resucitado y tienes siglos para pulir cada palabra. Pero si vives en el mundo real, donde las facturas no se pagan con metáforas y tus lectores no tienen tiempo para esperar años a que saques otro libro, entonces más vale que te pongas a producir.
Oye algo, y si te enfadas es tu problema: hoy en día si quieres que te lean escribe bien y escribe mucho.
Porque, vamos a ser honestos, no puedes escribir un libro y luego sentarte en el sillón a esperar que el éxito te golpee la puerta. El éxito es un tipo escurridizo, hay que perseguirlo, agarrarlo por las solapas y hacer que te escuche.
Aquí es donde entra la magia de la cantidad. Y antes de que empieces a retorcerte de la urticaria en plan hater pensando que te estoy diciendo que sacrifiques la calidad en el altar de la productividad, respira hondo.
No se trata de convertirte en una máquina sin alma que saca libros como churros (o como hotdogs). Se trata de encontrar ese equilibrio donde produces lo suficiente para mantener a tus lectores satisfechos, pero sin perder de vista la calidad de lo que ofreces.
El lector digital es un bicho raro (¡y lo sabes!). No es como ese que va a la librería los fines de semana, husmea entre las estanterías y se lleva un libro por el olor del papel. No, el lector digital está siempre en movimiento, siempre buscando la próxima novedad, con una lista interminable de lecturas pendientes.
¿Y sabes qué? No va a esperar por ti. Si no le das algo que leer, se irá con otro. Así de simple. Y si crees que puedes mantenerlo fiel con una novela cada dos años, estás viviendo en el siglo pasado.
Por eso es crucial que tengas un flujo constante de contenido. Ya sea que estés escribiendo libros, artículos, o incluso entradas en tu blog. Mientras no publiques, tu blog debería estar ahí, sosteniendo a tus lectores como un imán hasta que saques tu próxima publicación.
Pero cuidado, porque tener un blog no significa automáticamente que tendrás lectores. Eso es otro cuento de hadas que muchos se cuentan para no enfrentar la realidad de que, al igual que con los libros, atraer lectores a tu blog requiere trabajo, estrategia y, sí, paciencia.
La clave está en no usar el blog solo como una máquina para vender. No se trata de emboscar a tus lectores con promociones y ofertas, sino de crear una relación, de hacer que se interesen por lo que tienes que decir, de mantenerlos curiosos, esperando por más. Porque, y esto es algo que parece ser un secreto a voces, un lector no va a leer tu libro solo porque es gratis.
Muchos escritores creen que ofrecer su obra gratis será suficiente para atraer a las masas, pero la realidad es más cruda que eso. La gente no lee solo porque puede hacerlo sin pagar. Grábate eso. La lectura, como cualquier otro acto de consumo, está impulsada por algo más profundo que el precio.
Y aquí es donde quiero que abras los ojos. Porque no se trata de que vendas tu libro por tres monedas o lo regales en cada esquina. Se trata de ofrecer algo que valga la pena leer. Algo que haga que tus lectores se detengan, se interesen, y decidan que, entre la lista interminable de opciones, tu libro es el que vale la pena.
No es fácil, lo sé. Pero si algo he aprendido en este mundillo es que nada que valga la pena lo es. Así que olvídate de esa visión romántica del escritor solitario que produce una obra cada década. Eso no funciona en la era digital. Aquí, tienes que ser prolífico, constante y, por encima de todo, tienes que escribir bien.
No como si estuvieras produciendo hot-dogs, sino como si cada palabra fuera un paso más en la construcción de un puente entre tú y tus lectores. Porque eso es lo que haces cada vez que escribes: construyes un puente. Y cuanto más largo y sólido sea ese puente, más lectores cruzarán hacia tu lado.
Así que la próxima vez que te sientes a escribir, no pienses en cuántos hot-dogs puedes producir en una hora. Piensa en cuántos puentes puedes construir. Y luego, ponte a escribir.
Vamos con todo.
P.D.: Y si te preocupa que te roben tus ideas por ser demasiado generoso, relájate. Las ideas, como los puentes, solo tienen valor cuando alguien decide cruzarlos. Mientras tanto, tú sigue construyendo.