La gente odia que le vendan libros pero adora comprarlos

La gente odia que le vendan libros pero adora comprarlos

Hoy vengo con una verdad como un puñetazo en la cara. Una de esas que si no te entra desde el principio, te condena a vivir pegado a la pantalla de Amazon, actualizando como un poseso, esperando que caiga una venta. Y no. No cae ni una. Solo silencio. Solo vacío. Solo el eco tristísimo de tu propio “¿por qué nadie compra mi libro?”

La verdad verdadera es que la gente, en general huímos de los vendedores, no nos gusta que nos vendan. Nos molesta. Como si el simple hecho de oir «compra mi libro» fuera equivalente a que alguien golpee la puerta de tu casa con una aspiradora como en los años setenta y una sonrisa falsa de teletienda. Odiamos eso. Desconfiamos. ¡Hasta nos ofendemos!

Pero métete en Amazon o en cualquier red social un día cualquiera. ¿Qué ves? Libros por todas partes. Gente diciendo que “acabo de descubrir esta joya”, que “no podía dejar de leerlo”, que “me cambió la vida”, y de repente ¡zas! Bestseller. Cientos de reseñas. Listas de espera para conseguirlo en físico. Gente que no quería que le vendieran nada… comprando como si fueran a cerrar las imprentas.

Les resulta más atractivo seguir una recomendación de un amigo o sentir que se toparon con el libro por arte de magia, como quien encuentra un billete de 50 en el pantalón que no usaba desde el verano pasado. Quieren sentir que fue su instinto, su sexto sentido, su radar de “esto es para mí” lo que los llevó directito a esa portada. «Lo compré por quise, no por el pesado del vendedor. ¡Ya sabes que odio a los vendedores!»

¡Odias a los vendedores pero no paras de comprar! Algo no cierra allí.

Y tú, que escribiste un librazo, ahí estás, con tu obra maestra subida a internet, esperando que el algoritmo se apiade de ti. Mal asunto.

¿Y cuál es la solución? Tal vez la de los buenos vendedores: vender sin que el otro se dé cuenta de que le están vendiendo. Que parezca que fue su idea. Que sienta que lo descubrió él solito, como cuando encuentras una peli vieja en Netflix que hace tiempo querías ver y crees que ha sido casualidad.

Tener una estrategia de venta. Eso es justo lo que deberías estar haciendo tú con tu libro. Y no me vengas con lo de “es que yo no sé vender” o “es que a mí no me gusta insistir”. ¿Te gustó escribirlo? ¿Te pareció importante lo que contaste? Pues debes lograr que atrape, que haga clic en la cabeza de la gente como cuando ves una serie y dices: «Vale, ya no duermo esta noche».

Porque la clave está ahí. En hacer que la gente no sienta que le estás vendiendo. Que sienta que lo están encontrando. Que estás compartiendo algo valioso, no que estás mendigando atención.

Y esto va para todos los que escriben, autopublican y luego se esconden como si les diera vergüenza que alguien se entere. Como si hubieran hecho algo malo.

No, lo malo es tener algo bueno y no moverlo. Lo malo es callarte cuando sabes que puedes aportar. Lo malo es pensar que vender es sucio cuando en realidad, si tu libro es bueno, venderlo es un servicio. Esto último lo aprendí de Marina Miller, si tienes problemas en asumirlo, échale un vistazo a alguno de sus videos en YouTube.

En internet, la venta no se hace a gritos. Se hace a cuchillo. Mensaje a mensaje. Historia a historia. Con una portada que diga “mírame”, con un texto que atrape y con una promesa que no se pueda ignorar. Así que deja de esperar milagros y empieza a escribir como si estuvieras recomendándole tu libro a tu mejor amigo. Que si comprar no es pecado, entonces tampoco lo puede ser vender.

Javier Carbaial

P.D. – Si vas a subir tu libro a internet y esperar que se venda solo, mejor súbelo con una nota que diga: “No me mires, no me compres, solo pasaba por aquí”. Porque si tienes miedo a vender, esa será la sensación.

Si tienes alguna duda, pregúntameESTOY. No hay preguntas tontas cuando lo que quieres es avanzar. Estoy aquí para echarte un cable, no para que te vayas con la cabeza hecha un lío. Así que mejor preguntar que quedarse con la espinita clavada pensando “ya lo buscaré después”... porque ese “después” suele ser nunca. Preguntar es gratis. Quedarte con la duda… eso sí que sale caro.

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